Debatir sobre quiénes son los padres del heavy metal puede ser tedioso, infructuoso y totalmente absurdo. Los precursores son muchos, desde los más conocidos como Deep Purple, Led Zeppelin, Grand Funk Railroad, Bluee Cheer y, claro está, Black Sabbath, hasta cosas más underground como Sir Lord Baltimore, Pentagram, Coven o JPT Scare Band hay muchas bandas que conformaron los antecedentes de lo que sería el heavy metal. Pero si existe un disco que podamos decir que marca el punto de inflexión en la transición del rock duro y pesado hacia un nuevo estilo propio, un nuevo género tal cual, ese es Sad Wings of Destiny, el segundo disco de Judas Priest que marcaba el fuerte cambio tanto en sonido como en estética y que ya nos permite hablar de heavy metal como un estilo separado de la etiqueta rock, como una etiqueta que deja de ser un subgénero para conformar un género propio en si misma, independiente. Yo no soy muy partidario de etiquetar todo férreamente, y sería difícil afirmar que, por ejemplo, el Sabbath Bloody Sabbath o el Sabotage no puedan ser considerados ya unos discos netamente heavy metal. Pero creo que Sad Wings of Destiny tiene todos los ingredientes: la estética de cuero y tachas, los riffs afilados, las voces agudas, los solos virtuosos a doble guitarra, la batería atronadora y veloz, la temática en las letras que oscila entre canciones sobre monstruos y el lado oscuro de la humanidad y temas sobre evasión o problemas de la juventud de clase obrera.
Sad Wings of Destiny se publicó el 23 de marzo de 1976, hoy cumple 40 años, hoy podría decirse que llevamos 40 años de heavy metal.