La gente pregunta ¿Qué es un rockanrola?

Seguro que la mayoría ya habéis visto alguno de esos interludios que meten en La Sexta 3 entre película y película, donde preguntan a actores españoles qué escena les ha marcado especialmente. Yo creo que elegiría la secuencia inicial de Rock N Rolla, de Guy Ritchie. Esos primeros minutos, hasta que hace su aparición el millonario ruso, son antológicos. La velocidad de la narración, el cómo en ese poco tiempo Ritchie introduce todo el contexto y a gran parte de los personajes principales, es toda una lección de cine.

El caso de Guy Ritchie me recuerda un poco al de Robert Rodríguez, podría ser un gran director pero de vez en cuando hace alguna película mierdosa sin ninguna explicación. Porque Revolver era, cuanto menos, flojilla. Y de Barridos por la Marea mejor ni hablar. Esperemos que esa etapa “oscura” se debiera a su ya extinto matrimonio con Madonna y no vuelva a repetirse.

A decir verdad sus tres mejores películas, la trilogía formada por Lock&Stock, Snatch y Rock N Rolla, son prácticamente iguales. Tramas de enredos con robos a mafiosos del bajomundo londinense, con personajes esperpénticos, humor negro y una narrativa desenfrenada. Es como si fuera un hijo bastardo de Scorsese con Billy Wilder.

Una cosa que echo en falta en el cine comercial actual son personajes carismáticos, con frases memorables. Mientras que el cine de los 70 estaba plagado de estos, en la actualidad es raro encontrarse a alguno. Desde que Hollywood se ha empeñado en que todo lo que produce ha de ser para todas las edades, todos los públicos y no ha de tener el mínimo atisbo de nada que pueda ser ofensivo para cualquier colectivo nos encontramos con un cine bajo en grasas, sin alcohol, sin azúcar, sin cafeína y sin nicotina. Sólo contados directores, como Tarantino o los hermanos Cohen, nos dejan personajes de esa talla

Rock N Rolla en cambio está plagada de personajes inolvidables, bien interpretados. Toby Kebbel, interpretando a la enganchada estrella del rock and roll Johnny Quid, se marca un fantástico monólogo sobre la atracción que le produce el peligro y las drogas, sirviendo como metáfora de parte de la película. Thandie Newton se convierte en una contable pija extremadamente delgada, al más puro estilo Victoria Beckham. Karel Roden por su parte interpreta a Uri Omovich, un constructor millonario ruso, con relación con lo más oscuro de la mafia de su país, que recuerda a otro personaje del papel couchè británico: el rico dueño del Chelsea, Abramovich. Idris Elba, Tom Hardy y Gerard Butler, por su parte, son “el Grupo Salvaje”, un guiño a Sam Peckimpah y un grupo de ladrones que intentan meterse en el mundillo de la construcción. Pero sin lugar a dudas los dos mejores personajes son el duro e impasible Archy, interpretado por Mark Strong, y el cabronazo jefe de la mafia Lenny Cole, magistralmente llevado del guión a la pantalla por Tom Wilkinson. Un elenco de actores de escuela británica, sin estrellas pero con mucho oficio. Seguramente el más flojo del reparto sea Jeremy Piven en su faceta de manager agobiado.

Mientras Ritchie se centra en seguir hacia el cine más comercial, y llenarse los bolsillos, con la saga de Sherlock Homes (que le ha quedado resultona pero no genial), algunos seguimos esperando otra película con más ridículas situaciones y enrevesados enredos mientras unos desafortunados personajes intentan salvar el culo, perseguidos por algún sanguinario gangster al que han intentado dar el palo.

Cultura libre para el progreso humano

En una sociedad de consumo rápido, de usar y tirar, por desgracia las ideas caducan “rápidamente”. Hace unos meses las protestas contra la “Ley Sinde”, que prohíbe el compartir obras con copyright, y contra la SGAE, organismo gestor de derechos de autor que posee el monopolio del cobro a emisoras de radio y televisión, y el control de la mayor parte de las licencias privativas culturales en España, eran habituales. Pero fueron apareciendo otros temas que capitalizaron la atención de los medios, algunos trascendentales para el país como las reclamaciones de un cambio en el sistema democrático por parte del movimiento “democracia real ya” o las elecciones locales y autonómicas, otros impactantes como el debate sobre la energía nuclear generado por la crisis de Fukushima, los levantamientos en el norte de África y Oriente Medio o, en los últimos días, la tragedia de Lorca y las dudas sobre la calidad de la construcción en las zonas que más se expandieron durante el boom inmobiliario; y finalmente temas triviales pero que han llenado muchas páginas y han distraído la atención de la gente como la prohibición de fumar en todos los bares, la reducción del límite de velocidad en autopistas a 110 km/hora o una sucesión de encuentros entre Real Madrid y Barcelona que los panfletos de la prensa deportiva se encargaron de calentar. El caso es que esto ha enterrado el debate sobre dicha ley, sobre los métodos de la SGAE y sobre los derechos de los internautas; aunque yo siempre he pensado que el verdadero debate está en un derecho mucho más fundamental.

Por desgracia la mayor parte de los que se oponen a las restricciones a la libertad de distribución de cultura por la red lo hacen por motivos pragmáticos y egoístas: sólo les preocupa que no les cierren su página de descargas favoritas para no perderse la última temporada de “Cómo conocí a vuestra Madre” o de “Big Bang Theory”; pero somos menos los que nos preocupamos por cómo gobiernos y editores mercadean con nuestros derechos y nuestra libertad. Es necesario que el movimiento por la cultura libre haga llegar estos conceptos a la gente que se opone a estas leyes por esos otros motivos, dado que ellos son los que propician los argumentos descalificadores que utilizan los editores. Esta gente tiene que entender que el acceso a la cultura es un derecho, más allá de sus intereses egoístas. Las justificaciones del tipo “la industria debe aprender a ofrecer algo más para combatir la piratería” o “los autores pretenden vivir toda su vida de un éxito puntual” no son argumentos válidos, el verdadero argumento ha de ser: “Compartir la cultura no es un delito, el libre acceso a la misma es un derecho fundamental de todos los humanos”.

Porque se habla mucho de los derechos de autor en el discurso de los prohibicionistas, pero muy poco de los derechos del usuario. De hecho el término “derechos de autor” es una gran falacia, generalmente estos derechos están en manos de los editores, que dan al autor los huesos mientras ellos se comen el solomillo. Estas leyes se crearon originalmente para luchar contra el plagio y para evitar que los editores comercializaran obras sin permiso, pero a largo plazo se han convertido en un arma para proteger los intereses económicos de los editores, recortando además el derecho que todo ser humano debería tener a acceder libremente a la cultura.

No es que crea que no es ético pretender cobrar por un trabajo relacionado con la cultura, como algunos afirman, pero sí que es un crimen pretender arrebatarnos el libre acceso a esta. Música, cine, literatura, pintura, fotografía… todos deberíamos poder acceder a esto independientemente de nuestro nivel de ingresos, aunque parece que gobiernos, editores y gestoras de derechos de autor no creen eso, y siguen empeñados en asociar indisolublemente cultura y producto, algo que podía ser cierto hace un par de décadas, pero no ahora.

No, porque la posibilidad de convertir estas obras en flujos binarios de datos nos permite tanto disociar la obra del producto como acceder a ella desde la red. Esto no acaba con el negocio, como los editores y las gestoras de derechos de autor afirman, el producto sigue existiendo para venderlo en el mercado tradicional (proyecciones en cines, actuaciones en directo, ventas en formato físico..) y se crean nuevas posibilidades de mercado (donaciones como se hizo en su día con el software libre, emisión en streaming con publicidad…), si bien esto facilita la distribución directa entre el autor y el cliente, eliminando o cuanto menos restando importancia a la figura del editor.

¿Alguien se ha parado a pensar alguna vez qué habría pasado si los derechos de autor fueran un derecho natural inherente al ser humano?¿Si siempre hubieran existido?¿Cómo se habría desarrollado la historia si todo el mundo hubiera podido restringir el acceso a sus obras desde el nacimiento de la humanidad? El compartir ideas y el libre acceso a las mismas es esencial para el avance y el desarrollo de la raza humana. Compartir la cultura, compartir los conocimientos, debería ser un derecho inalienable de todo ser humano, derecho que nos quieren arrebatar mediante leyes restrictivas hechas a medida de la Fox, Disney, Warner o Sony, los grandes imperios americanos editoriales y del sector audiovisual. Los documentos de WikiLeaks ya llevaron al dominio público las presiones del gobierno estadounidense sobre los gobiernos europeos, con el objetivo de que estos aprobaran leyes como las suyas para prohibir el intercambio de contenidos por internet.

Aunque la vida de los derechos de autor varía según los países, en la mayoría se encuentra entre los 75 años para trabajos autoeditados y 95 para trabajos por encargo. Hasta no hace muchos años esto no era así, pero la llamada “Ley Sonny Bono” de 1998 amplió la duración de los derechos de autor en EEUU, quienes pronto impondrían su criterio al resto del planeta. Incluso, cuando se empezó a debatir esta ley, hubo quien propuso convertir los derechos de autor en imperecederos (el susodicho Sonny Bono y su viuda, de hecho). Ese mismo año se aprobó la peligrosa DMCA (Digital Millenium Copyright Act) que permitía, entre otras cosas, la inclusión de dispositivos anti copia en los formatos digitales y la creación, por parte de los editores, de sus propias condiciones de copyright, todavía más restrictivas que las ya marcadas por la ley. Tras esto, la Unión Europea comenzó a crear leyes de corte similar.

Por suerte, de momento disfrutamos de un arma para combatir el copyright: el copyleft. Aunque algunos editores y gestoras (la SGAE entre ellos, y con el amparo de la ministra Sinde, que dice ser socialista pero no se sonroja a la hora de bajar la cabeza frente a los patronos de las editoras) estén intentando ilegalizarlo en varios países. Su argumento es que “podría permitir la venta incontrolada de material con derechos autor”, otra de sus habituales mentiras, como cuando manipulan el lenguaje equiparando el compartir archivos con asaltar barcos en alta mar para saquearlos y asesinar a su tripulación (porque el término “piratería” no es más que eso, burda manipulación para dar un matiz negativo a algo que no lo es). Licencias como las de Creative Commons o la GNU/GPL nos permiten hacer nuestra obra libre, para que pueda ser accedida por todo el mundo, pero protegida contra prácticas indebidas (si no licenciamos nuestra obra cualquiera podría hacer una versión y sacarla de forma privativa, prohibiendo así cualquier nueva versión futura). Gente como Michael Moorcock, Lawrence Lessig o Richard Stallman ya nos han marcado el camino, ahora la pelota está en nuestras manos y la decisión es nuestra.

Piensa en un futuro donde toda la cultura del mundo pueda ser accedida libremente desde tu ordenador, donde todos los libros que se han escrito y escribirán, toda la música que se ha grabado, todas las películas que se han filmado, todas están a tu alcance, a un sólo click de distancia. Y piensa ahora en otro futuro donde toda esa cultura también está a sólo un click, pero previo pago a editores y gestoras mediante iTunes. La batalla que decidirá si vivimos en un futuro o en otro se está librando ahora y nosotros somos la infantería de la contienda, no olvidar esto y actuar en consecuencia, tener la convicción de que lo que está en juego es nuestra libertad frente a los privilegios de unos pocos, ha de ser la primera de nuestras armas.